Pero así, como suena. Y no de una forma cariñosa provocada
por su falta de coordinación psicomotriz, no no. Me pega con la mano abierta y
con cara de chino cabreado al que le han quitado los palillos a la hora de
comer.
Desconozco hasta la fecha si se trata de un frustración
generada por la incapacidad de verbalizar el odio que me profesa cuando me bato
en duelo con él blandiendo en la diestra la cuchara, o si por el contrario
canaliza en forma de guantazo rural lo mal que le caigo como padre.
Pero el caso es que me pega, apretando los cuatro dientes que
tiene y frunciendo el ceño, sacando a relucir el gen de Cuenca que lleva en sus
adentros. De momento la cosa no ha pasado a mayores y hemos solventado los
conatos de violencia con unas cuantas cosquillas, pero por si acaso voy a ir
llamando a Pedro Aguado para que me vaya haciendo un hueco.
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