lunes, 28 de noviembre de 2011

Sueñus interruptus

Ya hemos tocado este tema un poco por encima, pero por tratarse de una de las grandes 'diversiones' de la paternidad/maternidad, he decidido concederle el espacio que se merece.

Que yo venga ahora a narrar a aquellos que son padres, sobre todo primerizos, los problemas de sueño (o de ausencia del mismo) con la llegada del bebé, seguramente suene a cachondeo. Así que me dirijo expresamente a aquellos que no lo sois y que, por aquellos misterios insondables de la naturaleza, después de leer cosas como estas sigáis queriendo serlo.

A aquellos que, como era mi caso, os guste dormir y disfrutéis de trasnochar los fines de semana para poder amanecer a las 12 del día siguiente; a aquellos partidarios de las siestas de pijama y persiana bajada, a aquellos en definitiva que necesitan sus horitas de sueño (más de cuatro) para poder ser persona en la vida, os recomiendo que toméis nota. Ya dije que escucharéis multitud de leyendas sobre este asunto, que muchos os alertarán de la que se os avecina, que vuestros amigos os instarán a dormir ahora lo que no dormiréis en adelante, que vuestros padres os pondrán en antecedentes con las noches de insomnio que vosotros les provocasteis… Se quedan cortos. Os digan lo que os diga, se quedan cortos.

Porque no es sólo que la criaturita haya venido a este mundo con el firme propósito de maltratarnos psicológicamente, particularmente de madrugada, sino que además nosotros, los padres/madres, nos autoimponemos automáticamente de forma paralela la responsabilidad de permanecer alerta durante la noche por si algo pudiera ocurrir.

De forma que el cóctel es mortal de necesidad. Por un lado, un bebé inmaduro que, sin motivo aparente (digan lo que digan los pediatras, yo creo que lloran sólo por joder) decide berrear de forma absolutamente insoportable aproximadamente cada tres horas (con suerte). Por otro lado, unos padres que, cuando el retoño duerme, no pegan ojo esperando el momento en que despierte la bestia. Consecuencia, sentimientos suicidas (tranquilos, se pasan) y unas determinadas marcas en la cara que los expertos llaman 'ojeras' pero que yo creo que son otra cosa y que día a día aumentan de tamaño hasta cubrir casi por completo la cara.

Daños colaterales y efectos secundarios: irascibilidad, problemas de pareja, bajo rendimiento laboral, ausencia de apego a la vida, ensoñaciones con paraísos tropicales y billetes sólo de ida, sentimientos de melancolía del tipo "cualquier tiempo pasado fue mejor" o enaltecimiento de las virtudes de tus amigos que antes ni apreciabas.

Las sensaciones tienden a mitigarse con el paso de los meses. Ayudan sobremanera, principalmente a partir del sexto mes, fecha en la que los expertos recomiendan que el churumbel pase a una habitación distinta a la de los padres, la utilización de dispositivos de vigilancia. Las molestias son las mismas, y además ahora tendremos que pegarnos un pequeño paseo cada vez que el enano llore, pero al menos estaremos más tranquilos sabiendo que, si le da por saltar de la cuna y colgarse de la lámpara, podremos verlo y oírlo desde la comodidad de nuestra alcoba. Aquí tenéis algunas ideas 

Mi consejo ante esta tendencia a la alteración del sueño: acostumbraos, no os queda otra. Si lucháis contra ello, estáis perdidos. Poco a poco, aprenderéis a levantaros, calmar al pequeño, ponerle el chupete y regresar a la cama sin apenas abandonar la fase REM.

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