domingo, 25 de septiembre de 2011

Consideraciones previas

Siempre había pensado que el momento en el que a uno le anuncian que va a ser padre debía estar cargado de emotividad y de un subidón de adrenalina comparable con pocas cosas en la vida. Bueno, eso siempre y cuando el retoño sea deseado, obviamente, de lo contrario me temo que los efectos serían los opuestos.

En mi caso, la emotividad se vio diluida por una simple razón: tenía mucho sueño. A mi santa no se le ocurrió otro momento para dar tal noticia que un sábado de febrero por la mañana, pero muy muy por la mañana por lo que recuerdo. Apareció en el dormitorio, test en mano, y me despertó abruptamente para que confirmara si lo que yo veía en ese aparatito eran dos rayas o no eran dos rayas. Pues sí, eran dos rayas.

Lo que recuerdo a continuación es a los dos en la cocina mirando con cara de imbéciles aquellas dos rayitas y preguntándonos una y otra vez si eso era fiable, si eso significaba lo que creíamos que significaba, si podía haber algún error. No había error, a los hechos me remito. A partir de ese momento se desencadena en la mente masculina un torbellino de pensamientos y de dudas, del tipo 'dónde coño voy yo con un hijo' o '¿seré capaz de cuidar de un calamar cuando no sé cuidar ni de mí mismo?'. Y por supuesto, una última promesa antes del gran momento: 'Me tengo que coger el último gran pedo'.

En la mente femenina se desencadena otro torbellino de ideas algo distintas, del tipo 'ay que sea niña para ponerle coletitas' o 'hay que buscar otro sitio, que aquí ya no cabemos'. Por supuesto, también hay una última promesa: 'voy a hacerle la vida imposible durante 9 meses al mamón que me ha dejado preñada'.

Y es que nadie se ha parado a pensar en lo que sufrimos los futuros padres desde que somos conocedores de la noticia hasta que llega el momento del alumbramiento. Vale, que sí, que nosotros no engordamos 15 kilos (algunos) ni tenemos las hormonas en rompan filas, ni se nos hinchan los tobillos, ni tenemos que ver cómo nuestro cuerpo se modifica por momentos. A nosotros no nos pasa, no, ¡pero tenemos que ver cómo os pasa a vosotras! Y eso por no hablar de la cuarentena, a la que dedicaré capítulo aparte.

En definitiva, corazones, el periodo de gestación, además de eterno, es tremendamente costoso emocionalmente para nosotros. Por eso recurrimos en mayor medida a las juergas con los amigos, por eso llegamos más borrachos que de costumbre, por eso alguna vez podemos oler a perfume femenino... no es que nos guste, es por sobrellevar la carga que suponer encarar los últimos 9 meses de libertad, vigilada eso sí.

Cito aquí al gran Matías Fernández, y a una definición que me ha hecho llegar: Ser padre es la única carrera en la que te dan el título cuando te matriculas. Genial, sin duda.

En el próximo capítulo, reflexiones sobre el primer contacto con el ser llamado "hijo".

4 comentarios:

  1. Esa mención tuya, tan generosa, me enternece aunque la definición no es mía. Veo que te han dado un bonito cuaderno en la guarde ¿dónde está el botón "me gusta"? Da igual. Me gusta.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, el diseño lo vamos puliendo poco a poco, con ayuda todo sea dicho, que yo soy cuasidebutante en estos lares. La cita no es tuya, pero es muy ilustrativa

    ResponderEliminar
  3. Hola Óscar soy Ana Iriarte, ¡qué cosas tienes! Pero me has recordado el día que mi marido y yo miramos esas dos rayitas por primera vez. Yo también le desperté muy temprano, sobre las 5 de la mañana y casi no pudo ni reaccionar del sueño que tenía, jajjajaja. Aprendí y con la segunda niña nos levantamos más tarde.

    ResponderEliminar
  4. Si es q a un padre o futuro padre, ante todo, hay que dejarle dormir! :P Besitos anuska

    ResponderEliminar