Vaya por delante que mi amor hacia Adriana es innegociable e
incuestionable. Tened esto presente durante las próximas líneas, no vayáis a
pensar por un casual que soy mal padre o que reniego de ella, nada más lejos de
la realidad.
Llega un momento en la vida, especialmente del hombre, en el
que se tiene que enfrentar a sus miedos, en el que debe mirar cara a cara a sus
fantasmas y tratar de derribarlos, de vencerlos, de superarlos, de mandarlos de
vuelta al armario. Ese momento en el que un hombre, un padre, debe coger el
toro por los cuernos, armarse de valor y encarar con determinación ese instante
tan temido durante meses, esa cita ineludible con sus terrores: Pasar un día a
solas con el niño.
Hablamos de un niño, niña en este caso, que ya ha superado
el año y medio de vida, con todo lo que ello conlleva. A saber: gritos, baile
de San Vito, curiosidad incontrolable por todo aquello perjudicial para su
integridad física (enchufes, salientes….) o para la integridad mental del padre
(mandos a distancia, móviles, consolas….); negativa a ingerir cualquier
alimento de naturaleza sólida con la capacidad añadida y recién aprendida de
escupirlo; capacidad innata para generar dolor de cabeza repitiendo hasta la
saciedad el término “papaaaaaá” superando con creces los decibelios legalmente
establecidos en la Ordenanza
de Protección del Medio Ambiente; alteración del sueño de tal manera que rara
vez coincida con los momentos de letargo del progenitor…. Y un largo etécetera.
Este temido día comienza a rumiarse en la mente del sufrido
padre desde que tiene conocimiento de su proximidad. Cuando le es comunicada la
situación, con una antelación de más o menos una semana, automáticamente se encienden
las alarmas y comienzan a agolparse en su mente las excusas, por lo general
inconexas e injustificables, de tal manera que sólo acierta a balbucear frases
del tipo “no es que yo…” o “es que creo que….” que no surten el efecto deseado.
Finalmente, llega el momento en el que padre e hija se ven
abocados a pasar un día juntos, el primero de muchos, pero como pasa
habitualmente las primeras veces no suelen ser satisfactorias para casi nadie.
La criatura, normalmente perezosa para despertarse y
remolona hasta hacer llegar tarde al sufrido pater día sí y día también, decide
en esta ocasión despertarse como unas castañuelas a las 8:00 AM ante la
incredulidad de éste. Mal empezamos. Al despertar sigue el momento del
desayuno. Una hora y cuarto de pelea, cuchara va cuchara viene, para intentar que
el gremlin (el bueno, ojo) se coma la mitad de lo preparado, mientras el café
que papá se ha preparado se enfría sin remisión. Una vez concluida la primera
misión sin completar, la criatura decide echarse una cabezadita ante la
perplejidad del padre, que acaba de tomarse el café helado y no puedo pegar
ojo. Cuando lo consigue, pasadas unas dos horas, la niña se despierta y retoma
los gritos. Toca jugar.
11:15 AM: Hora de bajar al parque. Aprovechando las bondades
climatológicas, papá decide intentar cansar a la cría. La cambia, la viste, la
unta de crema solar, hace acopio de palas, rastrillos y cubos y cual gitano de
romería se decide a partir rumbo al arenero. Una vez allí, monta el chiringuito
para comprobar atónito una vez más como, pese a contar con un sinfín de
juguetes de todo tipo, la pequeña guindilla opta por jugar con la tapa de
registro de una alcantarilla y por comerse la arena a puñados.
11:45 AM: Ante la imposibilidad de controlar los arrebatos
de la niña, papá decide sacarla del arenero y probar en terreno solado. Inútil,
la pequeña cambia la arena por las hojas secas y las colillas que
ocasionalmente encuentra. Momento de regresar a casa.
12:30 PM: De vuelta a casa, toca coger a la enana por los
pies y ponerla boca abajo hasta que suelte el último grano de arena. Entre
gritos y movimientos hiperactivos, papá decide dejarla un segundo en su
minicuna habilitada como zona de juegos mientras prepara la comida.
12:45 PM: Sentados a la mesa, comienza el ritual de la
comida. Ella sentada, con su ordenador de juguete delante, mientras papá
comienza a perseguir su boca cuchara en ristre intentando acertar con la mínima
abertura. Con un porcentaje de acierto que apenas alcanza el 20%, la lucha se
prolonga por cerca de hora y media.
14:15 PM: Hora de la siesta. Por los cojones. Ni sentada, ni
tumbada ni en su minicuna. La criatura diabólica quiere jugar por los
exteriores de su entorno habitual. El juego consiste en tirarlo todo al suelo,
en meter la mano en el video, en darle golpes a la televisión con el mando a
distancia del DVD o en tropezarse y darse de bruces con las patas de la mesa. Papá,
que aún no ha comido, asiste estupefacto al show y duda entre quién de los dos
debería salir despedido por la ventana. Se reprime y consigue que, un buen rato
después, la niña se duerma.
16:00 PM: La niña se duerme.
16:30 PM: La niña se despierta. Vuelta a la hiperactividad.
En esta ocasión la acción se centra en el gato. El animal huye despavorido cada
vez que Adriana se le acerca, pero Adriana no entiende la indirecta y se dedica
a perseguirle por toda la casa al grito de “apo apo” (guapo guapo para los que
no tengáis niños). La batalla concluye sin incidencias reseñables, salvo por el
dolor de espalda de papá.
18:00 PM: Hora de la merienda. Acontece sin mayores
problemas, gracias al Señor.
19:00 PM: Mientras papá intenta ver la segunda parte del
Francia-Inglaterra, Adriana tiene planes mejores. Estos pasan por a) hacerse
caca b) esparcir por el suelo del salón todas las pequeñas y coloridas fichas
de un bonito puzzle c) elevar un poco más el tono de los gritos y d) continuar
con la acción anterior de intentar meter los dedos en los enchufes y golpear la
pantalla del televisor.
19:45 PM: Toca baño. El momento más tranquilo del día, en el
que padre e hija se relajan y disfrutan de su mutua compañía.
20:15 PM: Se jodió la tranquilidad. La niña decide que ya está
bien de agua por hoy, y que hay que seguir jugando. Las actividades varían poco
con respecto a las anteriormente citadas.
21:00 PM: Cena. Divida en tres partes, concretamente potito,
tortilla y postre. La primera parte se completa en tiempo y forma. Con las dos
siguientes la tortura se acentúa. Con la tortilla esparcida por todo el salón y
una octava parte de la pera ingerida, papá decide rendirse y da por concluido
el banquete.
22:30 PM: Mamá llega a casa después de un largo día de trabajo.
La pequeña, que estaba a punto de caer dormida, se reactiva al notar su
presencia. Papá presenta su dimisión temporal como progenitor responsable.
Jajajaja, ES BUENISIMO!
ResponderEliminarSí fueras Margaret Tharcher en ciertos aspectos, como lo soy yo, algunas cosas serían más fáciles. Pero claro, te arriesgas a que te lo llamen! En fin, pues imagina 24 horas al dia 365 dias al año y con 2 !!! Estoy deseando ponerme a trabajar, claro.
Prefiero no imaginarlo y seguir manteniendo la fe en mi capacidad para sobrellevar este estres de vida jejejeje. Beso wapa!
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