Bueno, Adriana ha cumplido un año y medio de vida. Así como
el que no quiere la cosa, entre pitos y flautas, son ya 18 meses desde que
aquel día 11 de noviembre de 2010 le vimos por primera vez esa carita. En aquel
momento, creo que ya lo comenté en su día, con apenas 20 minutos desde que
abandonara el vientre materno su expresión era de tranquilidad, de serenidad,
de calma chicha en definitiva, como ha quedado de manifiesto en estas últimas
fechas.
Su apariencia angelical y sosegada ha ido dejando paso, poco
a poco, al torbellino de niña que empieza a ser ya y que comienza a atisbarse a
pasos agigantados. Lo de andar ya está más que superado, ahora el objetivo es
correr. Los accidentes contra picos de mesa y salientes varios han disminuido
considerablemente, y los ha superado, al menos hasta la fecha, sin puntos de
sutura.
La capacidad expresiva sí ha sufrido una evolución más que
destacable, sobre todo en volumen. Los discursos que se monta son dignos de
mención y destacan, por encima de todo, por la variedad de sonidos empleados,
como grrruppppppjaaaaffffff o prrriiigggghhtttyyyyyfg. Al margen de esto, hemos
sufrido un leve retroceso en el tema “papá” y “mamá” que nos lleva a que ahora
tanto papá como mamá sean “mamamá”.
Repetimos cual lorito palabras que escuchamos quién sabe dónde
-las últimas son “doctor”, “pulpo” (le tira Villagarcía como no podía ser de
otra manera) y un preocupante “ostia” que le escuchó a su padre (mamamá para
los amigos)-.
Pero sin duda donde ha experimentado una mayor y más rápida
evolución ha sido en los juegos. Las pelotas de plástico, otrora divertidísimas,
y el famoso y ruidoso Arca de Noé han dejado paso a los enchufes, los mandos a
distancia y los teléfonos móviles, que maneja a su antojo so pena de que alguno
acabe como el rosario de la
Aurora (los enchufes están protegidos, no os alarméis).
Por lo demás, sigue teniendo una bonita afición, que es
vomitar la merienda o cena cuando está sola con papá (mamamá para los amigos) y
cuando éste está rozando el agotamiento físico y mental. Le encanta ver la cara
de desesperación que cruza su rostro cuando ve, después de una hora cucharada
va cucharada viene, todo el esfuerzo por los suelos, literalmente, además de
por el pelo, por la hamaca, por la ropa….
En fin, gajes del oficio, nada que un par de exabruptos no pueda
solucionar. Os dejo una de sus últimas instantáneas, captada en casa de la tía
Bea y en la que puede apreciarse que la danza corre por sus venas. No en vano,
su padre (mamamá para los amigos) aún es recordado en los bares y pubs de la
zona por su habilidad dancística.
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