En marzo de 2016, en un alarde
de irresponsabilidad y dotes premonitorias, me atreví a escribir un texto
irónico sobre las “ventajas” de tener un tercer hijo. Por aquel entonces aún
sufría las consecuencias de haberme embarcado en la aventura de criar a dos
vástagos, y me resultaba del todo impensable siquiera la posibilidad de
extender la familia hacia esa figura tan idílica como heroica que se denomina
‘familia numerosa de categoría general’.
Muchas cosas han cambiado desde
aquel fatídico texto. Por el camino han quedado algún que otro trabajo, más de
un amigo y una dosis importante de integridad. Hemos ganado, a cambio, muchas
otras. Decenas de canas, centímetros de ojeras y toneladas de responsabilidad
que, superados ya con creces los 40, se aferran a uno y no le dejan apenas
respirar. Pero no solo ha cambiado eso.
Nueve meses después de aquel
texto publicado entre ‘jijís’ y ‘jajás’, como si de un cruel vaticinio se
tratara, el destino nos trajo la noticia. Nos encaminábamos hacia el precipicio
de repetir experiencia en la crianza de un tercer crio, cuando ya creíamos
superados los traumas del pasado. El shock inicial se fue tornando poco a poco
en ilusión, una vez asumida la buena nueva y después de hacer hueco en nuestros
corazones al próximo inquilino de esta superpoblada familia que nos hemos
montado a golpe de riñón.
El 30 de mayo de 2017, hace
ahora casi casi un año, nacía un ángel. Martín, le llamamos. Con él hemos
vuelto a aprender mil cosas que teníamos desaprendidas. Hemos vuelto a tardar
horas en salir de casa, hemos recuperado la buena costumbre de
desayunar-comer-merendar con el Cantajuego volumen 1, a dormir con un ojo
abierto, a los viajes en coche hacinados como sardinas en lata aunando en un
mismo habitáculo llantos, gritos y Cadena Dial; hemos reinstaurado la
esclavitud en los abuelos, hemos puesto de moda de nuevo el Tetris, hemos
perdido el poco espacio que nos quedaba y hemos compuesto réquiems a nuestro
ocio y tiempo libre. Hemos sacado del armario los nervios, los baberos, los
chupetes y los bodies de manga larga. Hemos implantado los baños “a tres”, los
desayunos en la cocina estilo Hermanos Marx y la técnica depurada durante años
para apartar objetos peligrosos de su alcance. Hemos tapado enchufes y hemos
destapado inquietudes.
Hemos perfeccionado el cambio de pañal a una mano, la
toma nocturna con los ojos cerrados y el movimiento ninja
cuando duerme.
Hemos sufrido, llorado, discutido,
jurado en arameo, gritado, callado, mirado hacia otro lado. Hemos rogado
clemencia. Pero también hemos amado (con mayúsculas) y amamos a esta criatura
celestial que nos alumbra cada día, que ha venido para cerrar con honores el círculo abierto allá por 2005.
Martín cumple 1 año el próximo
30 de mayo. Ha llegado sin hacer ruido, casi por sorpresa, para volver a poner
patas arriba nuestras vidas. Y lo ha hecho como es él, sonriendo y con esos
ojos azules imponentes muy abiertos. Porque a veces, solo a veces, las cosas que realmente importan
ocurren así, casi por casualidad, y aunque uno tarde en asumirlas, al final son
las que verdaderamente merecen la pena.